Históricamente, la ubicación geográfica, el origen socioeconómico, la etnia y el género han representado una limitación para garantizar el derecho a la educación. La manera en que opera el sistema educativo reproduce factores de pobreza y desigualdad. En el caso de las instituciones educativas, la inequidad puede estudiarse desde muchas perspectivas, pero quizá ninguna tan notable como la existente entre lo rural y lo urbano. Como ya se ha mencionado, los problemas e impedimentos para estudiantes, docentes y directivos docentes en la ruralidad son múltiples, por eso cualquier esfuerzo en territorio impacta de forma más profunda.
Los DD líderes transformadores han logrado que los niños y niñas accedan a educación en zonas rurales gestionando alimentación y transporte, dos factores que muchas veces son un impedimento para asistir a la escuela; acortan la brecha de inequidad del sistema educativo rural y urbano poniendo en juego sus habilidades de gestión administrativa y comunitaria, y crean comunidad al conseguir que las emisoras comunitarias, la iglesia, la persona con facilidades económicas del pueblo y todos los actores con capacidad para aportar a la institución lo hagan. Un ejemplo de cómo un DD a través del liderazgo puede transformar positivamente una institución rural y ayudar a mitigar la brecha entre las instituciones urbanas se ve en la historia de Imérida del Rosario Gómez Cruz, rectora de la Institución Educativa Departamental Rural Mercadillo Primero.
De la ciudad al territorio
Liderar un colegio de alrededor de 280 estudiantes parece fácil después de haber estado a la cabeza de instituciones educativas de hasta 4000, pero para Imérida ha significado un reto en todos los aspectos de su vida. Empezando por cambiar de la vida escolar capitalina, donde tenía equipos directivos y administrativos que la acompañaban en la toma de decisiones, a establecerse en la vereda Mercadillo Primero, a 45 km del casco urbano del municipio de Cáqueza, Cundinamarca, sin coordinadores u orientadores con los cuales complementar su visión como líder.
“No estaba entre mis planes trabajar en zona rural, pues venía de tener experiencia en megacolegios en Bogotá, pero me nombraron en Cáqueza y cuando llegué supe que tenía mucho por hacer. Emprendí un diagnóstico con maestros y estudiantes para comprender y dimensionar el gran potencial oculto de la vereda”, recuerda Imérida.
La experiencia adquirida a lo largo de su vida como normalista, licenciada y especialista en educación, administradora de empresas y magíster en Evaluación Educativa le despertaron la inquietud por hacer las cosas de manera diferente. Siempre pensó que una líder debía ser más que la persona que impartía órdenes, “el chacho” o al que todos debían temerle. Por lo que se planteó como meta que, cuando fuera rectora, iba a cambiar ese estereotipo y a trabajar por una comunidad especialmente humana. Cáqueza era la oportunidad para cumplir ese sueño.
Al llegar al colegio, escuchó a los niños y se dio cuenta de que no tenían sentido de pertenencia, estudiaban porque querían el “cartón”, sin motivación alguna para prepararse, ni mucho menos veían el sentido de ir a clases. Los docentes planeaban y “hacían la tarea” de manera responsable, pero “cada uno por su lado”. Además, la infraestructura de la institución estaba abandonada y, aunque en Mercadillo Primero se ubica la sede principal, había que dirigir otras diez sedes en veredas. Uno de los grandes problemas de la ruralidad: las distancias y la falta de articulación.
Imérida investigó el plan de desarrollo del pueblo y reestructuró el de su institución. “Los profesores me decían que era rara, que qué iba a hacer con ellos, que era extraño que alguien les hablara con cariño y quisiera escucharlos. Estaban acostumbrados a otro tipo de trato”.
Para iniciar el cambio en el colegio buscó un propósito, y, a pesar de que gran parte de la comunidad se dedicaba a la agricultura, no resultaba este ser un enfoque atractivo para los estudiantes, quienes lo veían como “más de lo mismo que hacían en casa”. Entonces decidieron capacitarse en el área microempresarial, con profundización en ecoturismo, para aprovechar los recursos del medioambiente y desarrollar sus propios proyectos de vida.
Imérida había adelantado mucho trabajo en Cáqueza y trataba de realizar actividades como las dinámicas de grupo para lograr mayor sinergia entre la comunidad, pero sentía que aún le faltaban competencias para transformar la institución a través de su liderazgo. “Fue entonces cuando apareció una invitación de la Secretaría de Educación de Cundinamarca para participar en el programa Rectores Líderes Transformadores (RLT) en el año 2015, con el que adquirí las herramientas para que, en comunidad, con una investigación in situ, se construyera una nueva dinámica escolar”, asegura.
Ese fue uno de los motivos para reforzar el tema que tanto le apasionaba: el trabajo colaborativo y la humanidad, entendiendo que en un equipo todos son responsables y que entre todos pueden aportar para el mejoramiento continuo. Ella cuenta que “antes de RLT había un Plan Educativo Institucional (PEI) hecho solo por cumplir y absolutamente desconocido”.
Imérida pasó de realizar reuniones donde muchas veces no lograba su propósito y de inventarse formas de romper el hielo —sin lograrlo del todo— a saber, cuáles palabras utilizar dependiendo el contexto, qué actividades hacer según la situación, e incluso qué música iba acorde con el momento. “En RLT nos iban guiando y dando información teórica y conceptual para sentirnos y hacer sentir al otro como una persona líder, porque los buenos maestros son ejemplo de vida”.
A raíz de lo aprendido creó un espacio para incluir a todos los docentes de la institución y darles la oportunidad de sentirse valorados como seres humanos y profesionales. Los cambios se evidenciaron paulatinamente, los maestros se sintieron con más posibilidades de proponer. “Un docente que es querido, respetado y tenido en cuenta genera valor agregado hacia sus estudiantes y promueve un buen ambiente laboral”, afirma Imérida
Impulsar el sector educativo rural
Cuando inició su participación en RLT el 90 % de los docentes de Mercadillo Primero eran provisionales, ya que no había muchos con ganas de trasladarse a una zona rural por la diferencia de las condiciones laborales en comparación con las recibidas en instituciones urbanas. Sin embargo, hubo un momento cuando se regó la información de que en su institución se trabajaba bien, la gente aportaba y el ambiente de trabajo era ameno. Ahora en Mercadillo Primero el 100 % de su planta es propia.
Aparte de eso, Imérida lideró actividades para reorientar el PEI junto con sus docentes, dándole una mirada ecoturística, como lo soñaban en un principio. También creó un semillero llamado “El rincón de los sueños”, que ha impulsado a la institución a ser una entidad amiga del turismo, con reconocimiento oficial del Viceministerio del Turismo y con un proyecto de inclusión reconocido por la Secretaría de Educación de Cundinamarca.
El liderazgo transformador de Imérida ha servido para guiar a los padres de familia, quienes estaban dedicados de lleno al campo y no contaban con el tiempo para estar atentos a los procesos de sus hijos y a las actividades desarrolladas por la escuela. Ella creó una estrategia para involucrarlos y hacerlos sentir parte de la comunidad, y así fueron cada vez más los acudientes que se interesaron en colaborar con sus hijos y con el desarrollo de la institución.
“Hoy he logrado consolidar junto a mi equipo un proyecto unificado en el que todos somos parte fundamental, tanto en la planeación como en la ejecución de los procesos. La transformación de Mercadillo Primero me motiva a seguir inspirando a otros a crear ambientes de trabajo en equipo y diálogo en zonas rurales, sin jerarquías y aportando desde las cualidades que tiene cada uno como líder”, concluye Imérida.